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por Native Instruments

Cheche Alara: el erudito de la música que logró el éxito en muchos ámbitos

Cheche Alara es un gigante de la música. El argentino trabajó con Christina Aguilera, Stevie Wonder y Alicia Keys, fue productor de Natalia Lafourcade, dirigió los premios Grammy, los Latin Grammy, y las giras de American Idol. También trabajó como compositor en prácticamente todos los principales medios de comunicación en Estados Unidos. En pocas palabras, lo ha hecho todo.

Esta semana, en la que se celebran los Latin Grammy, conversamos con Cheche en su estudio de Los Ángeles. Sigue leyendo para encontrar algunos consejos para aquellos músicos latinos que busquen seguir sus pasos, además de reflexiones sobre sus raíces musicales e información sobre la evolución del papel de la tecnología en su trabajo.

 

¿Cómo comenzó este recorrido? Pasaste de hacer música en tu país, Argentina, a Hollywood.

Nací y me crié en Buenos Aires, y comencé a trabajar desde muy pequeño, como a los 13 años. Tocaba con bandas que se inspiraban en el jazz de Nueva Orleans de los años veinte o treinta como máximo, y fue un gran ámbito para aprender la técnica. Luego comencé a hacer mucho teatro musical, que fue una gran experiencia para foguearme. Y cuando estaba a punto de terminar la escuela, conseguí una beca para ir a Berklee, y quise intentarlo. Tenía planeado volver a casa en seis meses. Eso fue en 1992, y estoy aquí desde entonces.

 

¿Entonces no tenías un plan? ¿Solo seguiste cada pista?

Sé que puede sonar extraño, pero sucedió así. No fue parte de ningún plan. Solo puedes planear algo con cierta antelación en este mundo cuando se trata de música. Una cosa llevó a otra. Vivía en Boston cuando iba a Berklee, y luego conseguí una beca para hacer la maestría en USC. Creí que estaría aquí seis meses o un año.

 

¿Había otros músicos en Argentina que te inspiraran? ¿Otros músicos o productores a quienes quisieras parecerte?

Durante mi infancia en Argentina, seguía principalmente a músicos americanos, británicos y canadienses. Como crecí escuchando jazz, mi último gran ídolo de la niñez fue, sin duda, Oscar Peterson, un canadiense, pero personas como Lalo Schifrin y más tarde Gustavo Santaolalla, también dejaron una gran marca en películas y álbumes.

Pero una vez que me mudé a los Estados Unidos —y creo que es muy habitual en personas que migran de otros países— redescubrí mis raíces. Así que comencé a apreciar más mi identidad al estar aquí, y a ser más consciente de lo que eso significa, lo bueno que es. Cuando estaba en Argentina, me dediqué al teatro musical, tocaba jazz, rock y, cuando me mudé a los Estados Unidos, comencé a tocar salsa. Pero si hablas con personas de familias de inmigrantes de primera o segunda generación, continúas redescubriendo tus raíces, aun después de haber echado raíces en los Estados Unidos. Estaría muy mal negar quien soy. Viví casi 20 años en la Argentina, sigo en contacto la gente de allí y viajo a menudo. Tengo familia allí, y gran parte de mi vida aún está ahí.

 

Cuando llegaste a Los Ángeles, ¿te veían como un músico latino o solo como un músico que venía de América latina?

Cuando llegué a Los Ángeles, tuve que buscar trabajo. Tenía que ganarme la vida. Y, justamente, por ser de América del Sur y de habla hispana, trabajé mucho en los circuitos de salsa y jazz latino. En aquel momento, había muchos lugares donde se podía tocar música en vivo en Los Ángeles. Trabajaba mucho. Llegué a un punto en donde tenía un maltratado controlador de 88 teclas en el asiento del copiloto y lo dejaba allí porque tocaba todas las noches.

¿Cómo te metiste en la corriente principal?

Estaba tocando en The Baked Potato, y se acercó alguien que estaba armando la banda de una nueva artista, Christina Aguilera, de quien nadie había oído hablar. Creí que era una artista latina, y escuché su voz y dije: “¡Santo Cielo! ¡Esta chica sí que canta!”, y, en un mes, salimos de gira, en la época de “Genie in a Bottle” (ya saben mi edad con esto), y ella pasó de ser una completa desconocida a que todo el mundo conociera su nombre.

 

¿Cuál fue el punto de transición de músico a productor?

Me di cuenta muy rápido de que quería ponerle mi sello a todo en lo que trabajara. Y, como tecladista, podía dejar mi marca solo hasta cierto punto. Entonces pensé: “¿Qué puedo hacer para participar más en la creación de estos shows en vivo?”. Quería ser director musical porque, de esa forma, tendría más control creativo. Comencé a dirigir las giras de American Idol —giras realmente grandes— y me gustaba mucho, y eso me llevó a trabajar bastantes años más que nada como director musical —que me fascinó. Después de unos años, ocurrió lo mismo: Me di cuenta y lo confirmé: “Oigan, esto es grandioso, pero toco música que ya está grabada. Estoy recreando álbumes para shows en vivo. Quiero participar en esa otra parte, quiero formar parte de los álbumes”. Y comencé a hacer sesiones, a aprender mucho, mirar mucho: cómo trabajaban los distintos productores e ingenieros; y qué hacer y, para ser sincero, qué no hacer. Pero alrededor del 2010, me decidí: Quería empezar a producir álbumes. Quería tener el control. No por tener el control, sino por mis ganas de crear. Hacer una manifestación artística que me representara como creador. Y hace casi 10 años ya que produzco álbumes, y me encanta.

 

¿Qué impacto tuvo la tecnología en tu forma de trabajar?

Se volvió fundamental, sin dudas. Cuando fui a Berklee en los años noventa, por ejemplo, aún podías decir: “Bueno, soy músico y no trato con tecnología. El ingeniero lo hará”. Ahora es imposible triunfar como músico sin saber algo de tecnología. En lo personal, me encanta. Me encanta la tecnología. La tecnología es un instrumento. Es un vehículo para hacer arte sonoro. Es un área completamente nueva, en constante cambio, donde todo el tiempo aparecen nuevas herramientas que te permiten hacer cosas que, de otro modo, no podrías hacer. Y las personas que reciben una educación clásica, una vez que se dan cuenta de que no se trata de “hacer trampa”, ven una paleta completamente diferente a su disposición. Más colores a tu alcance para crear. Y lo encuentro fascinante porque me hace cuestionar lo que sé cada vez que surge algo nuevo. Y esto hace que vuelva a ser más inocente. Es como: “Oh, si hago esto, ocurre aquello”, cuando, al tocar un do en el piano, se escucha ese do. Y no acaba nunca porque sigue evolucionando. Me encanta la tecnología. Me permite estar en forma, mantenerme alerta a lo que sucede, y es fundamental, sobre todo, para hacer música para cine y televisión. No podría lograrlo sin la tecnología.

 

¿Qué consejo les darías a los músicos jóvenes de otros países latinos que buscan entrar en el mercado americano?

Va de la mano con el acceso a la tecnología. Por lo general, a las personas de América Latina se les hace difícil conseguir el dinero para comprar mucho equipo. Es estupendo saber que NI fabrica muchas cosas asequibles. Es mejor tener un Komplete y un controlador de teclado que coleccionar un montón de equipo antiguo. Creo que el equipo es importante, aunque completamente irrelevante en mi opinión. La verdadera pregunta no es cuánto equipo tienes, sino qué haces con él, y si sabes usarlo. Porque si aprendes a usar una pieza del equipo, podrás sacar mejor provecho que con diez piezas. Cuando era joven, no tenía acceso a la tecnología en Argentina. Pero en América Latina, en particular, estamos acostumbrados a superar situaciones y desafíos complicados y, si pueden aplicar eso a su música, podrán salir adelante y, con el tiempo, entrar en cualquier mercado. Estamos acostumbrados a que las cosas no funcionen, así que debemos buscar la forma de que lo hagan, y creo que ese es un talento maravilloso. Así que, cuando se trate de tecnología, concéntrate en lo que tienes, en aquello a lo que puedes acceder. Aprende tu oficio, aprende tus instrumentos, tu equipo.

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